Marie no pudo alimentar adecuadamente a su familia durante todo un año. Durante la violencia, buscó refugio en el monte a más de 30 kilómetros de distancia, solo para regresar en 2018 y descubrir que su casa y sus pertenencias habían sido saqueadas. Trabajar la tierra ya no era una opción. «Algunos días nos íbamos a la cama con hambre», dice. Sus nueve hijos han sufrido desnutrición, a veces grave.
Marie vive en el pueblo de Tshibombi en la provincia de Kasai-Central. El último estallido de violencia ha dejado cicatrices visibles en todas partes y está grabado en la memoria de los aldeanos. El panorama es desolador. Las casas nuevas son pocas y distantes entre sí; chozas quemadas o abandonadas son la característica principal aquí. Algunos residentes aún no han regresado y la economía está estancada.