Testigo de la Nakba: Un profesor palestino sigue esperando una solución 76 años después de convertirse en refugiado en Líbano

Mahmoud Ahmad Al-Said recuerda la tierra en la que nació y la de sus antepasados. Setenta y seis años después de ser desplazado por la fuerza, este refugiado palestino de 84 años, que dedicó su vida a educar a los niños, recuerda vívidamente las vistas y los sonidos de Al-Birwa, un pueblo palestino situado a unos nueve km al noreste de Acre, famoso por ser la ciudad natal del gran poeta Mahmoud Darwish. Desde entonces, el pueblo ha sido arrasado y sustituido por lo que hoy se conoce como kibutz Yas’ur y moshav Ahihud en Israel.

La vida de Al-Said era como la de cualquier niño de la Palestina histórica anterior al verano de 1948. Descendiente de una de las familias más pobres del pueblo, recuerda que jugaba con sus amigos en el patio, trepaba a los árboles y ayudaba a recoger aceitunas.

Su padre solía ir en bicicleta a su trabajo en una gran cadena de supermercados llamada Spinney’s, en Acre. «Corríamos a recibirle después del trabajo y le arrastrábamos la bicicleta», relató.

Al-Said contó su historia a Noticias ONU durante una visita a su humilde hogar en Al-Bidawi, una ciudad grande y abarrotada del norte del Líbano.

«Nuestra casa era de una sola habitación. Mi madre nos decía que esperáramos a que viniera nuestro padre. Le tendíamos fruta para comer: cactus, higos y uvas. En nuestra tierra crecían todo tipo de frutas de secano», cuenta.

Cuando estalló la guerra, su padre trasladó a la familia al pueblo de su abuela, a pocos kilómetros de Al-Birwa, y volvió para defender su ciudad natal. Cuando quedó claro que la batalla estaba perdida, volvió a por su mujer y sus cuatro hijos y emprendió el largo viaje a través de la frontera libanesa.

Mahmoud Al-Said sostiene una foto suya con sus hermanos tomada en 1951.

Noticias ONU/Ezzat El-Ferri

76 largos años

Al-Said recuerda haber parado en varios pueblos por el camino y haber dormido por la noche en olivares. Recuerda el mar de gente «hasta donde alcanza la vista», caminando en formación de fila. Cada uno de sus padres llevaba a un niño pequeño y un fardo de ropa, mientras que el joven Mahmoud llevaba de la mano a su hermano y una jarra de agua durante todo el traicionero viaje.

«Mi padre nos dijo que sólo nos marcharíamos unos días y volveríamos a Palestina. Tenía esperanzas«, cuenta. La familia llegó finalmente a la ciudad de Jouaiya, en el sur de Líbano, donde alquilaron una habitación, a la espera de un día que nunca llegó. Por desgracia, su padre sufrió un derrame cerebral y falleció pocos meses después. «Creo que mi padre murió de tristeza por su patria», expresó.

Tras el fallecimiento de su padre, los tíos de Al-Said convencieron a su madre para que se trasladara más cerca de ellos, a la ciudad septentrional de Trípoli, donde se habían refugiado recientemente.

«Mi madre solía servir en las casas de la gente en Trípoli. Entonces no había lavadoras. Ella les lavaba la ropa y ellos le daban una lira o un plato de comida. Cuando conseguía comida, la guardaba para nosotros por si no encontrábamos nada para comer. Pasó por muchas cosas».

La familia vivía en una choza de madera junto al matadero de la ciudad portuaria de Trípoli, Al-Mina. «Los peces se juntaban donde drenaban la sangre al mar, así que a veces íbamos a pescar allí para conseguir comida», dijo. La familia también recibió ayuda de la Cruz Roja, hasta que en 1950 la Agencia de la ONU para los Refugiados Palestinos )UNRWA) se hizo cargo de esa tarea.

Decididos a salir adelante

Para ayudar con los gastos familiares, Mahmoud frecuentaba los vertederos en busca de chatarra y recogía conchas de la orilla junto a su choza para venderlas. También trabajó varios veranos en una fábrica de cerámica durante sus años de escuela primaria.

Aunque había aprendido nociones básicas de lectura, escritura y matemáticas en su pueblo, Mahmoud pasó a primer curso a los 10 años. Dice que mucha gente intentó convencer a su madre de que dejara a sus hijos en un orfanato y se volviera a casar, pero ella se negó y se encargó ella misma de criarlos.

«La gente le decía que no podía criar a cuatro hijos y que debía sacarnos de la escuela y enviarnos a trabajar, sobre todo a mí, que era el mayor. Ella decía: ‘¿Cómo voy a sacarlo de la escuela si ya tiene dos títulos (primaria y secundaria)? En ese momento, le dije a mi madre que descansara y que trabajaríamos para mantenerla«.

A los 19 años, cuando alcanzó el noveno grado, conocido en Líbano como Brevet, Mahmoud consiguió trabajo en un aserradero fabricando cajas para las naranjas que crecían en abundancia en Trípoli, conocida como la ciudad de los azahares.

«En Ramadán, mi turno terminaba a las dos de la tarde y la escuela empezaba también a las dos. ¿Cómo iba a funcionar eso? Me sacudía el polvo e iba a la escuela con mi ropa de trabajo. Con el tiempo empecé a llevarme una muda al trabajo».

Siguió trabajando allí incluso durante su primer año de universidad, tras lo cual viajó a Arabia Saudita con un contrato de profesor en 1965.

Mahmoud Al-Said sostiene una placa honorífica hecha para él y otros profesores de UNRWA.

Noticias ONU/Ezzat El-Ferri

Devoción a la docencia

Cinco años después, Al-Said regresó al Líbano, donde consiguió un empleo con UNRWA como profesor a tiempo parcial. En 1971, fue asignado como profesor a tiempo completo, iniciando su carrera de 30 años al servicio de su comunidad.

Al-Said dijo que admiraba a sus profesores y siempre soñó con ser uno de ellos. Explicó que ser profesor requiere pasión por el trabajo, e insistió en que quienes no la tienen no deberían dedicarse a ello.

«Intenté ser un buen modelo para mis alumnos. Cuando me compraban regalos para el Día del Maestro, les decía que no quería nada de ellos, salvo verlos educados y con buenos modales. Una vez vino un auditor y me dijo: ‘Tus alumnos te adoran’. Yo le respondí: ‘Los niños quieren a quienes les quieren'».

Con su carácter ingenioso y su comportamiento divertido, Al-Said creó un vínculo especial con los más de 10.000 alumnos a los que enseñó a lo largo de sus 36 años de carrera. Decía que realizaba su trabajo con pasión y que a menudo era el primer profesor en llegar a la escuela y el último en marcharse.

«Todavía veo a muchos de mis primeros alumnos por la calle, y siempre me saludan calurosamente. Algunos de ellos se convirtieron a su vez en empleados de UNRWA, y otros han tenido hijos y nietos, a muchos de los cuales también di clase. Tengo algunos de mis mejores recuerdos como profesor».

Como la mayoría de los profesores de todo el mundo, Al-Said no eligió esta carrera por el sueldo. Para él, enseñar en las escuelas de UNRWA era una fuente de orgullo. Le hacía sentir que estaba en primera línea apoyando a su comunidad. «Son refugiados como nosotros, y si no vamos a sacrificar nuestras vidas y nuestro dinero por ellos, esto era lo menos que podíamos hacer», dijo.

En la década de 1940, niños como Mahmoud se reunían bajo un árbol en el patio de Al-Birwa, donde un jeque les enseñaba a leer, escribir, resolver problemas matemáticos básicos y memorizar partes del Sagrado Corán.

«Desde que estaba en Palestina y el jeque me enseñó a leer por primera vez, me enamoré de la lectura. Cogía cualquier papel escrito, o los periódicos, e intentaba leer», narró.

Al-Said desarrolló una nueva afición a los 14 años: coleccionar libros, y ha leído más de mil a lo largo de su vida. «En los últimos 70 años he reunido una gran colección de libros, la mayoría gratuitos. Muchos me los regalaron y otros los tiraron. Llevaba estos libros a casa y los restauraba».

Mahmoud Al-Said tiene la afición de coleccionar libros desde hace 70 años.

Noticias ONU/Ezzat El-Ferri

Poca esperanza

Setenta y seis años después de ser desplazado por la fuerza de su hogar, Al-Said sigue esperando una solución a su difícil situación y a la de los millones de refugiados palestinos que se encuentran en una situación similar, la mayoría de los cuales viven actualmente repartidos por Líbano, Siria y Jordania.

«Abandonar Al-Birwa fue obligatorio porque cada pueblo que se resistió fue completamente arrasado. No dejaron ni rastro», explicó.

«La cuestión de los refugiados palestinos no se parece a ninguna otra que haya visto el mundo. El desarraigo de un pueblo y su sustitución por otro es muy difícil de aceptar. No parece que vaya a haber pronto una solución a esta cuestión«, añadió.

Al-Said atestiguó que la cuestión de Palestina ha tardado demasiado en resolverse y se ha «podrido».  Afirmó que ha perdido la esperanza de regresar a su país, pero expresó su fe en una solución para las generaciones futuras.

«Cuando oigo la palabra ‘refugiado’ siento la opresión. Me siento ofendido. Siento que esto no debería estar ocurriendo. ¿Por qué no hemos sido capaces de resolver la difícil situación del refugiado palestino después de 76 años?».

Cree que la solución debe pasar por dos Estados, que convivan bajo la protección de Naciones Unidas «para que no sigan peleándose».

«No puede haber paz entre israelíes y palestinos si no es a través de una solución justa en la que el pueblo palestino tenga algún tipo de derechos». La mayoría de los palestinos acepta la solución de los dos Estados. Las negociaciones tienen que ser entre dos partes victoriosas. No puede haber verdaderas negociaciones entre un vencedor y un vencido. Ambas partes tienen que sentir que han ganado«.

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